Muy buenas noches a todos, queridos cinéfilos de este humilde espacio de clásicos del Séptimo Arte y de mucho más. Esta crítica la publiqué en el momento en que fui a ver el estreno a la sala de cine, en mi página de cine de Facebook «De la mano del Séptimo Arte». La incorporo al historial de este blog ahora que puedo acceder al mismo sin problemas. ¡Qué alivio!
Fui ayer a ver la película «Napoleón» a la sala de cine y les sugiero que no vayan como yo, con las expectativas muy altas porque pueden correr el riesgo de caer en picado por la decepción, por la indiferencia, o por un poco de todo. Vi durante dos horas y media a un gran actor, Joaquin Phoenix, en la piel de un hombre sensible (¿o acomplejado?) a la par que perseverante. Un personaje muy peculiar que donde más feliz se le veía era liderando y creando estrategias para lograr el éxito más rotundo en el campo de batalla, sí, damas y caballeros, qué buenas son esas escenas de lucha cuerpo a cuerpo, de infantería y caballería, de formaciones militares en distintas posiciones, de sangre, motivación y gallardía. Escenas de calidad, sin duda alguna. Nos topamos además, en un insistente y ruidoso segundo plano, con el personaje de la deseada y solícita Josefina, interpretado por Vanessa Kirby. Un personaje femenino auténtico, al lado del cual, según el punto de vista de Ridley Scott, Napoleón Bonaparte lo era todo. Este personaje, infiel y leal a partes iguales, representa la musa del famoso militar y político francés. Ambos muestran una relación afectivo sexual y una tolerancia mutua insólita, muy difícil de sobrellevar, a la que, sin embargo, los dos se entregan ignorando todas las desavenencias, desprecios, soledades, etc. Ridley Scott nos informa de las últimas palabras de Napoleón antes de morir: «FRANCIA, EJÉRCITO, JOSEFINA» e intuyo que, en base a ellas, quiso dar su propia visión de Napoleón al espectador.
El reparto es excelente. Todos y cada uno están a la altura. Me gustó reconocer a Rupert Everett (como Arthur Wellesley, octavo duque de Wellington) entre ellos. Han pasado los años, pero aún se puede ver su mirada de antaño, sus andares y su llamativa estatura.
Si algo nos deja claro Ridley Scott es que Napoleón era un líder nato, con el suficiente intelecto para ver con cristalina nitidez qué estrategia utilizar para terminar una batalla gloriosamente. También el director nos informa del número de bajas que hubo en cada uno de los conflictos bélicos que Bonaparte lideró. Decir una barbaridad se queda corto.
Me llamó mucho la atención escuchar de música de fondo la misma que aparece en escenas de la adaptación cinematográfica de la obra homónima de Jane Austen «Orgullo y prejuicio» (Joe Wright, 2003), justo cuando Napoleón y Josefina se están conociendo. Me chirrió bastante, ya que no es comparable el romanticismo de una y otra película como para que «el amor» suene de la misma manera. Por no hablar de que la ambientación es, en este caso, francesa, y en la otra película mencionada, es británica. Martin Phipps ha sido el afortunado compositor de la banda sonora original de la película que nos ocupa.
En lo referente al contenido histórico, sí que se enumeran bastantes momentos relevantes en la trayectoria militar del personaje Napoleón Bonaparte, pero a título personal, diré que, como española, he echado en falta los momentos más interesantes de relación de este hombre nacido en Ajaccio, con España, sin embargo, entiendo que Ridley Scott no se metiera en un charco innecesario y que, seguramente, le traería problemas. Todos sabemos que este país, España, no era un lugar ni querido ni admirado por Napoleón, pero sí codiciado como territorio a conquistar.
Otro detalle curioso es que apenas se percibe el paso del tiempo en Napoleón durante la trama. Puede que tal fuera su afán de gloria que gozara del néctar de la eterna juventud, aunque lo dudo mucho tratándose de principios del siglo XIX.
A título personal, diré que la película se queda muy limitada. Es desafortunado pensar que el pueblo francés hizo rodar cabezas con una monarquía indeseada y que, sin embargo, se conformó con un señor proclamado emperador por el artículo uno, y esto es lo que transmite la película. Creo que el personaje de Napoleón se ha quedado corto y se podría haber dado más énfasis a oportunidades que consiguió para Francia en vez de limitarse a ganar batallas, pensar en Josefina y asegurarse descendencia. Quiero pensar que Napoleón fue mucho más para Francia, que ese pueblo no es tan conformista, que este señor bajito también fue un buen político que consiguió hacer buenas reformas en educación o en justicia, y esto no se aprecia en este trabajo. La prosperidad del país franco actual no se vislumbra como debiera.
A la película le falta fuerza y a Napoleón más vitalidad también. Esta es mi impresión personal. Con ella, me dispongo a dar una calificación de 5,2/10 al último estreno cinematográfico de Ridley Scott.
Eso sí, vayan a verla y fórjense una opinión ustedes mismos.
Muchas gracias por su atención.
Un cordial saludo y hasta próximamente.
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